Excélsior de Juan Ramón Molina |
Vuela siempre hacia arriba, hacia la cúspide del monte coronado de águilas, hacia la gloria de la luz. No lleves en tu garra de hierro las piltrafas de las carnes de tu enemigo: ni en tu ojo rutilante el fuego del odio que sientas por él, ni en tu pico, hecho para partir las viscosas víboras, el rastro de la sangre de su corazón. Vuela a lo alto, limpio el plumaje del limo de la ciénaga de la vida. No seas el buitre de ningún Prometeo. No agotes jamás el hígado de los grandes encadenados en el peñón de los egoísmos sociales. No causes tormentos, no sordas iras, ni envidias bajas, ni rivalidades ruines. Sé generoso. Sé noble. Sé leal. Anida en los cóncavos de las montañas bíblicas; busca la compañía de los espíritus excelsos; juntamente a la cuadriga de las almas superiores. Que te atraiga la nube; que tiendas el ala a la estrella de la mañana; que rompas por un éter sereno. Sube, sube, sube; y si bajas, si quieres bajar, baja prendido a la crin de los huracanes. Vive con dignidad bajo el sol. Vuélvete a las auroras y salúdalas; vuélvete a los ocasos y salúdalos también. En tu roca no deben crearse musgos raquíticos; ni yerbas venenosas, ni cactus enconados. Abate el vuelo en las selvas clásicas y en los bosques románticos. Forma tu nido con laurel y encina. Bebe luz a torrentes. Desde tu altura domina todos los horizontes, sigue la dirección de todos los vientos, estremécete bajo todos los soplos del cielo. |
Pon el oído a los rumores de la muchedumbre, a las palabras del abismo, a las voces de los espíritus. No tengas fiebres, ni insomnios, ni desesperaciones, ni desmayos, ni vértigos, ni alegrías locas, ni cóleras pasajeras. Esto turba la serenidad grandiosa del alma y hará de ti un neurasténico, sujeto al cambio del clima, a las fases de la luna, al humor de los demás. Hazte olímpico. Endiósate, si puedes. Depura tu miserable barro. Porque en verdad te digo, que el que quiere ser superior, el que aspira a subir a las encumbradas regiones del arte, el que siente que tiene las alas en los hombros, debe olvidarse de las infinitas miserias humanas, de las injusticias de la suerte, de las burlas del destino y debe esperar, con el ánimo del justo, aunque el dolor le tienda su arco, la hora cierta del triunfo de la razón, la hora de Dios; hora que ha llegado, que está llegando, que llegará siempre, aunque los réprobos y los malvados se multipliquen como los peces en el mar y los insectos de la tierra. |
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